sábado, diciembre 01, 2007

Historias del abuelo

Era una fría noche de verano...
-¿Cómo que de verano abuelo? -preguntábamos desconcertados mis primitos y yo.
-Digo de verano porque fue un fenómeno muy extraño -empezaba a explicarnos el abuelo.
-O sea... ¿qué fue lo extraño el verano o el frío? -interrumpió un primo mucho mayor que nosotros y que en ese tiempo yo lo tenía por un filósofo muy estimado.
-Permítanme contarles la historia y después me hacen las preguntas que quieran. En un principio, cuando Dios hizo al hombre... surgieron los gigantes...
-¿Y eran grandes? -ahora sí intervine yo que era el de las preguntas más inteligentes.
-¡Sí, mucho...!
-¡Ahhhh con razón existieron los dinosaurios! para que los gigantes pudieran agarrarlos como caballos -apuntó tímidamente otro primo.
-¡No niños, déjenme terminar! los dinosaurios y los gigantes...
-¡No seas tonto quique! los gigantes no sabían montar, ni que fueran charros -otra interrupción.
-Y aparte... -iba a exponer su idea otro primo cuando...
-¿Saben que niños? ¡a tomar jarabe de palo!, se levantó el abuelo enojadísimo y soltando una letanía se dirigió hacia su huerto, donde siempre se le veía recogiendo higos. (Que después me enteré no eran higos sino manzanas en mal estado, con las cuales nos preparaba sus famosas tartas...).

A más de 20 años de distancia de esta anécdota sigo con la curiosidad... ¿qué historia nos habrá querido contar el abuelo? y fue una pena no haberle dejado terminar porque el abuelo sí que tenía alma de novelista.

domingo, junio 17, 2007

Nunca contradigas a la "autoridá"

Salía del consultorio después de una revisión en mi oído y con el diagnóstico de "otitis" o sea infección. La dirección me traicionaba y caminaba medio dando tumbos así que me senté a descansar en una banqueta del estacionamiento de un centro comercial. Permanecí algunos minutos, quizás diez, quizás veinte o tal vez más. No podía separar mi mano de mi oreja pues me dolía…

- ¡Joven! ¿me hace el favor de mostrarme sus manos? –oí una voz aguardientosa atrás de mí.
- ¿Peeerdón? –respondí levantándome y también asustado. Me encontré con un tipo gordo, bigotón, sucio, sudoroso, con gorra y uniforme azul. Aquí en México, a esos personajes, les llamamos “policías”.
- ¿Qué tiene ahí en la oreja?, desde hace rato lo ando observando y tiene usté una actitú sospechosa… (ignoro a qué se deban los errores ortográficos en el idioma de los policías, porque en sus escritos los tienen… ¿pero hasta en sus palabras?)
- Nada –contesté, enseñando mi oreja.
- ¿Dice que nada joven, entonces cómo es eso que se le ve ‘ai? Yo veo claramente un “chip” –me reclamó con toda seguridad y muy molesto.

Recordé que el doctor, en la consulta, me había colocado un pequeño algodón para proteger mi oído. En ese momento solté una carcajada que una señora en la acera de enfrente al voltear a ver de qué trataba el chiste casi cae en una zanja (zanja: artesanía muy común en las ciudades de todo México y que decoran las calles con sus diseños muy barrocos).
Debo reconocer que en ese momento yo ya me encontraba muy irritado.

- ¡Cómo será animal! señor oficial… -le grité sin sospechar siquiera la gravedad de mis palabras.
- ¿Cómo dijo? Uhhhhh joven va a tener que hacer el favor de acompañarme a los separos (separos: sitio que no es cárcel, ni calabozo ni mazmorra pero suele ser más terrible que todos estos juntos)…

Para no alargar más la anécdota debo decir que después de este diálogo siguieron amenazas, jaloneos, insultos hasta que llegaron sus compañeros y la gente que se aglomeraba.
Todo terminó después de una larga explicación del acontecimiento y mostrando a todos el motivo de la polémica: el algodón que cubría mi oído.

Lo triste no fue pedirle disculpas a la autoridad por mi desacato y mi atrevimiento, sino el reconocer públicamente (recuérdese que la gente curiosa se apiñaba por conocer la trifulca) que sí existen “chips” en forma de algodón.